Termina la fiesta


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Incrementamos nuestras posibilidades día con día de reconectarnos con el otro, pero finalmente preferimos la rutina segura y estable, después de todo, qué tan bueno puede ser la felicidad momentánea.

Arriesgarse a lo incierto es absolutamente lo segundo que sentiremos como instinto de supervivencia, desperdiciando vidas enteras esperando aquello que no sucederá e imágenes de escenarios elaborados en el que somos algo, cerca o lejos de eso es lo único que tendremos por ahora.

Simplemente nos dejamos atrapar por 701 posibilidades de que nada de esto sea real para el otro y nos invade ese pequeño sentimiento que nos inhabilita para cualquier movimiento espontáneo y por ende extremadamente delatador.

En cierto modo, es mejor no hacer nada y que no suceda nada, que hacer algo y que sucedan cosas que no esperamos que pasen.

La música deja de sonar súbitamente cada día que no puedo ver lo mucho que estas en mí, pero no puedo hacer nada con ese sentimiento inagotable insoportable y desorbitado, imposible controlar pero adormecido en el sonido del día a día, en el llanto ahogado de los silencios interminables de mis viajes a otras dimensiones en donde si somos.

No existe tiempo en que no piense en posibilidades, en que no sustituya una mirada ausente con la tuya, en que no idealice nuestras conversaciones, en que no invente situaciones ni vidas en la que no quisiera compartir, pero no hay nada que pueda hacer; cuando por fin todo acaba, ya ni luz queda en este lugar y todos nos vamos.


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